VIVIENDO EN ESPERA DE LA ETERNIDAD.
Leer capítulo 25 de Mateo
“Y respondiendo el Rey les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” Mateo 25:40
Durante los capítulos previos hemos visto al Maestro, desde que entró en Jerusalén montado en un pollino, responder a sus seguidores y confrontar a los escribas y fariseos denunciando la hipocresía y la religiosidad. Ahora, tres días antes de la crucifixión, en una jornada especialmente rica en enseñanzas, Jesús salió del Templo, se fue al Monte de los Olivos junto con sus discípulos, y comenzó a hablarles de lo que está por venir, enseñándoles sobre el final de los tiempos y de cómo debían esperarlo. Expresó la importancia de que estén siempre alertas y les ilustró, con su pedagogía única y excepcional, como debían prepararse.
En ese atardecer en el Monte de los Olivos, desde donde podía verse toda Jerusalén, Jesús enseñó a sus discípulos, y a cada uno de nosotros, como debemos vivir en espera de la eternidad. Y, es en este contexto donde se desarrolla el capítulo 25 de Mateo, a través de tres parábolas que sólo aparecen en este Evangelio.
En primer lugar, a través de la parábola de las diez vírgenes (v 1-13), nos alienta a ocuparnos de nuestra condición espiritual, a no dejar que nuestra lámpara se apague. Necesitamos crecer constantemente, mantener la Luz en nuestras vidas, perseverar en la búsqueda diaria de Su Voluntad. Pero también nos habla de que nuestra relación con Dios es personal, depende únicamente de cada uno de nosotros, de nuestra decisión, y no puede compartirse.
Después, a través de la parábola de los talentos (v 14-30), el Maestro nos muestra la importancia de utilizar bien lo que Dios nos ha confiado. El Señor nos da recursos, a través de nuestras capacidades, habilidades y dones que necesitamos usar con sabiduría. No hay excusas, nunca nos va a dar más de lo que somos capaces de rendir bajo el poder del Espíritu Santo. Los “talentos” hay que invertirlos en el Reino, no pueden ser enterrados, pues no somos propietarios de ellos, sino administradores.
Por último, a través de la parábola del juicio final (v 31-46), Jesús nos enseña que debemos vivir siempre sirviendo, atendiendo a la necesidad venga de donde venga. No se trata de un servicio ajeno, de una limosna, de un dar lo que me sobra, sino de tratar a todos como si fueran Jesús mismo. Se trata de misericordia y no de sacrificios (Oseas 6:6), se trata de dar de gracia pues hemos recibido de gracia (Mateo 10:8). Es nuestra responsabilidad vivir atendiendo las necesidades de los demás (Lucas 4:18-19; Isaías 61:1-2). Como cristianos, imitadores de Cristo, no vivimos para ser servidos, sino que vivimos sirviendo (Mateo 20:28). La evidencia real de lo que creemos es como actuamos (Santiago 2:17).
Jesús se identifica así con los necesitados, por lo tanto, su Iglesia tiene que hacer lo mismo. No puede caminar de espaldas al mundo, sino estar presente, próxima, cercana, encarnándose en la sociedad, con las manos extendidas, amando, y dando testimonio de Él en todo momento.
Por lo tanto, ¿cómo debemos vivir en espera de la eternidad? Como discípulos 24/7 en comunión constante con Dios, invirtiendo en el Reino con los recursos que Él nos ha dado, y sirviendo a esta Humanidad tan necesitada por la que Él fue crucificado (Mateo 22:36-39).
Preguntas para la reflexión:
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¿Eres consciente de que tus tiempos están en las manos de Dios, de qué tú no tienes el control de ellos? ¿Cómo está tu lámpara? ¿Necesita aceite?
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¿Cuáles están siendo tus frutos? De lunes a domingo, en casa, en el trabajo, en el instituto o universidad, ¿cómo estoy invirtiendo lo que Dios me ha confiado?
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¿Reconocer como Jesús mismo se identifica con el necesitado, cambia tu manera de ver a las personas a tu alrededor?
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Reflexionemos ahora sobre nuestra vida como discípulos de Cristo. ¿En qué estoy sirviendo? ¿qué parte del Cuerpo soy? ¿tengo ceñida la toalla a la cintura? ¿cuál es mi testimonio real de lo que Dios ha hecho en mi vida?
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Cuando llegues a ese “examen final” ¿podrías decir que “diste de comer al hambriento, de beber al sediento, que acogiste al extranjero, vestiste al desnudo, visitaste al enfermo y atendiste al preso”? ¿Podrías decir que atendiste al necesitado, física, emocional o espiritualmente, como si se tratara de Jesús mismo?
Paloma Ludeña Reyes.